Opinión

Francia

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Visto el resultado de la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, queda claro que lo que Mbappé tiene de buen futbolista es inversamente proporcional a su capacidad para cambiar las tendencias de voto de sus compatriotas.

Apeló el delantero a frenar los extremos políticos y ocurrió precisamente lo contrario: se hundió el partido de Macron y pasaron el corte la extrema derecha y un frente de izquierdas que tiene más de extremo que de aquel tradicional socialismo galo prácticamente difuminado.

El país vecino se encamina, por tanto, a una cohabitación: en la todopoderosa presidencia estará Macron y se encontrará con un primer ministro de los ultras de Le Pen o apoyado por una izquierda muy plural. Cabe la opción de un bloqueo que derive en el nombramiento de alguien con perfil técnico pero habida cuenta los resultados de esta primera cita, no parece que esa salida pueda contar con los votos que garanticen un tránsito estable en el poder legislativo.

No será en todo caso la primera vez en que Francia se encuentre con esa cohabitación. A fin de cuentas, los poderes del presidente de la República son tan grandes que puede casi mantener las riendas a golpe de decreto. Pero eso no quita para que estemos ante un resultado histórico que precisa una reflexión profunda. Sobre todo porque la aceptación de la ultraderecha no es flor de un día: Marine Le Pen ha ido poco a poco consiguiendo que su partido gane adeptos entre un público muy variado, que incluye los hijos de los inmigrantes y, sobre todo, fuera de París. Algo similar al voto en el Reino Unido, donde Londres va por un lado y el resto del país suele ir por otro.

Estas son las cosas de la democracia y no vale aferrarse al discurso de Vargas Llosa de que los electores «votaron mal». Cuando un partido crece es porque otros bajan, pero todavía mayor es el mérito de esa primera formación política cuando nos encontramos con que la participación sube de manera notable, como fue el caso en Francia.

Lo digo porque está claro que los llamamientos a la desesperada para frenar a Le Pen y compañía solo sirvieron para que su público también acudiese en masa a los colegios electorales. La Francia que nos trajo la Ilustración, el imperio de la razón y el fin de la monarquía absoluta ahora se entrega a los extremos. A fin de cuentas, es el mismo país que una mañana salió a aplaudir cuando la guillotina seccionó la cabeza de María Antonieta, después la de Danton y más tarde la de Robespierre.